miércoles, 10 de marzo de 2010

LO URGENTE POR SOBRE LO IMPORTANTE

O sobre las opciones de los estadistas

“El padre de familia que da mal ejemplo, esparce la autoridad sobre sus hijos en un desierto estéril. Para controlar a los violentos, el Estado tiene que dar ejemplo, derrotar la politiquería y la corrupción”.

Álvaro Uribe Vélez,
Punto 24 de su Manifiesto Democrático (2002).

La Historia Nacional terminará alabando numerosos logros de las dos presidencias de Álvaro Uribe Vélez. El mejoramiento en los índices de seguridad, su lucha frontal contra los grupos armados ilegales, entre otros más, serán considerados puntos positivos en su libreta de calificaciones. Pero el tema del manejo de la Política Exterior tendrá mucho material para satisfacer las críticas negativas.

Hoy día, sus adversarios políticos hacen alusión a que la ambición del presidente, materializada en su búsqueda de una primera (satisfecha) y segunda (insatisfecha) reelección llevó a que su administración dejara a un lado lo que pontificaba con tanta devoción en el punto 24 de su popular Manifiesto Democrático que habría de llevarlo al solio de Bolívar en mayo de 2002 sin necesidad de acudir a una segunda vuelta.

Ese abandono de una lucha frontal contra la politiquería lo llevaría a feriar, entre otros, el servicio exterior colombiano. Sin duda fue llamativo para los medios de comunicación y para una parte de la opinión pública y el electorado que en medio de la discusión de la primera reelección, por allá en marzo de 2005, se diera la salida intempestiva de una de sus colaboradoras que lo había acompañado desde las ya lejanas y míticas épocas en que el exgobernador antioqueño contaba con tan sólo el 2% en las encuestas.

La persona en mención era ni más ni menos que una de las expertas en política exterior más respetadas y experimentadas del país: María Ángela Holguín. Su salida del gobierno se daba por su inconformismo con el alto grado de politiquería existente en la Cancillería a la hora de nombrar a los que debían ser sus asesores en la misión colombiana en las Naciones Unidas.

El asunto mojó prensa y no sería el único en hacerlo (v.g. affaire Samper – Pastrana julio 2006). Ya era suficientemente claro para propios y extraños que aunque Uribe andaba activo en sus consejos comunales denunciando la politiquería y la corrupción en los escenarios regionales, en los internacionales, es decir en lo que refiere a su servicio exterior, no parecía incomodarlo de amucho.

Los académicos colombianos, esos abnegados estudiosos de los temas nacionales importantes pero no urgentes, tales como el servicio exterior colombiano y en general toda la política exterior del país, estaban denunciando de igual manera la forma cortoplacista, poco hábil y parroquialista, con que se estaban tomando las decisiones que afectarían el futuro del país en la escena internacional.

Peleas continuas con Venezuela (que no sería el único país en sufrir a Colombia) y su mandatario, el presidente Hugo Chávez Frías, han sido la regla de los ocho años del gobierno Uribe. Disputas y sus consiguientes reconciliaciones que a la luz de los expertos eran tan insensatas como los mismos rompimientos. Antes que el interés nacional de cada una de las naciones, que de hecho, a la luz de las realidades históricas y geográficas, se encuentran sumamente ligados, lo que parecía primar a la hora de tomar las decisiones que conllevaban al quebrantamiento o al nuevo acercamiento, era la ideología.

De allí, la observación de Socorro Ramírez, que en Colombia los asuntos internacionales se encontraban supeditados a “los sesgos propios de las opciones del” presidente Uribe, las que, según Marcela Rojas, apuntaban hacia orientar “la política exterior al servicio de la política de seguridad democrática”.

De esta manera se llegó a una “domésticación de la política exterior colombiana”, que aunque ha tenido logros destacables y valiosos, tales como la continuación de la colaboración militar y económica fluida para el Plan Colombia, el aseguramiento de recursos abundantes para la seguridad democrática y el apoyo con advertencias y observaciones al proceso de negociación con los grupos de autodefensas, todos provenientes de los Estados Unidos, también ha tenido serias consecuencias que han profundizado muchos de los yerros ya crónicos de la política en asuntos exteriores de Colombia. Así, el Proyecto Piensa Colombia, del Senado de la República, en su documento La inserción internacional en Colombia: Hacia la construcción de una Política Exterior para el Siglo XXI, señala que el país ha terminado por hacer demasiado énfasis en la securitización de las relaciones internacionales, con su consabida concentración en los temas de conflicto, drogas, Derechos Humanos, la dependencia del país en la asistencia internacional y la casi sofocante relación bilateral con los Estados Unidos.

Se concluye así, que no se pueden explotar las distintas potencialidades colombianas que se desprenden de su ubicación geográfica y de sus características como potencia mundial ambiental.

Ahora bien, para ser justos con el saliente presidente de los colombianos, debe afirmarse que estas últimas características señaladas, que dentro de los ámbitos académicos no son vistas con buenos ojos, no empezaron a aparecer en agosto de 2002. De hecho, como bien lo señalan Rodrigo Pardo y Leonardo Carvajal, expertos internacionalistas, aunque teniendo un enfoque diametralmente opuesto al de Uribe (resolución armada del conflicto colombiano), el Presidente Andrés Pastrana (1998 – 2002) fue el que securitizó la agenda internacional del país por medio de su Diplomacia por la Paz y la creación del Plan Colombia. Todo en el marco del proceso de negociaciones con las Farc, que sólo vino a terminarse en febrero de su último año en la Casa de Nariño.

¿Qué podemos concluir entonces sobre la pertinencia de las críticas académicas lanzadas desde el mundo académico y ciertamente apoyadas por los opositores al régimen actual? Desde la torre de marfil que es la academia, los investigadores pueden permitirse ciertos lujos que los políticos responsables y atribulados con la enormidad e inmediatez de los desafíos no pueden ni siquiera imaginar gozar.

Un estadista habilidoso y exitoso, además de contar con suerte, ¡quien lo creyera!, debe buscar crearse el mayor número de opciones posibles dentro del escenario en el cual debe desenvolverse. Esas opciones no están dadas por los manuales y las recomendaciones de los expertos y los burócratas sino sencillamente por el desarrollo de los acontecimientos actuales, las realidades geográficas, el bagaje histórico de sus pueblos y, en menor medida, la filosofía existente en sus propios pensamientos, así como en el de sus competidores y aliados.

De esta manera las críticas académicas, a juicio de este humilde columnista, son bienvenidas para aumentar el debate de las ideas (el cual es lento y lleno de tropiezos) durante el proceso de creación de las políticas públicas de cualquier tipo. Pero concluir que el carácter cortoplacista, incompetente, parroquialista, estrecho, garrafalmente bilateral, entre otras, ha sido producto de la presente administración, es precipitarse a caer en un error de groso tamaño, que atenta contra la misma rigurosidad de la discusión.

Por eso resulta tan importante que los documentos académicos, en las más de las veces, cuenten con un fuerte componente propositivo que tenga en cuenta dentro de su construcción analítica las limitaciones, arriba ya mencionadas, con que deben lidiar los políticos en su proceso de toma de decisiones.

Por supuesto que en las administraciones Pastrana y Uribe, mencionadas en este artículo, debieron tener en cuenta aspectos tan básicos, lógicos y necesarios para el buen funcionamiento de una democracia, como el tener un servicio exterior profesional, una política exterior amplia, temática y geográficamente hablando, y la búsqueda del aprovechamiento de la condición medioambiental privilegiada. Pero también es menester tener en cuenta que en cada uno de sus momentos políticos, la premisa fundamental sobre la cual giraba el proyecto nacional, consistía en solucionar o lidiar lo mejor posible, el ya crónico problema de la violencia y la deficiente seguridad humana y física. Cada uno de los dos presidentes, como está claro a todas luces, con enfoques diametralmente distintos, buscaron satisfacer de la mejor forma posible dicha premisa.

Mal que bien, hoy día Colombia ya no se encuentra señalada o ad portas de serlo como Estado fallido. Ese es un gran logro nacional. Un logro que debe potencializarse y materializarse en la solución (administración) de otros graves problemas que afectan al país y que no solo atañen la calidad del servicio exterior y la política internacional. Las prioridades, en una democracia imperfecta como la colombiana, deben ser decididas por medio de los escrutinios que arrojan a los vencedores de las campañas por los cargos de elección popular.

A continuación un paréntesis:

Los arriba señalados yerros, para fortuna del país, cada uno, en mayor o menor medida, cuentan con métodos y experiencias replicables para que sean solucionados. El tema medio ambiental puede convertirse con el paso de los años en uno que verdaderamente se apropie de las agendas internacionales de los países del mundo. Por lo tanto no sería propio de un mundo de ciencia ficción, elaborar escenarios en los que se contemple al tema medio ambiental como el eje central de la Estrategia Nacional de Colombia, de la cual se desprenderían las demás políticas, incluyendo por supuesto a la exterior. Seguramente a dicho escenario no se llegará por la epopeya realizada por un grupúsculo de pequeños y heroicos países (Colombia allí incluida) que lograron cambiar las prioridades del sistema internacional, sino que debido a acontecimientos desatados por las fuerzas de la naturaleza, dichas prioridades cada vez tendrán que ser formadas a partir de la tozudez de los acontecimientos (inundaciones, sequías, violentos inviernos, migraciones norte sur hacia el Ecuador, etc.)

Por su posición ecuatorial, su topografía quebrada, sus abundantes y ricas cuencas hidrográficas y su biodiversidad ambiental, el país podría, de estar adecuadamente preparado, tomar un lugar de verdadera preponderancia. Este es un proyecto de connotación nacional que sabrá realizarse gracias a un proceso de concientización y valoración, del cual deben ser parte los expertos académicos y por supuesto, los políticos y sus asesores.

Hay otros temas que este columnista se atrevería a llamar menos complejos, por supuesto que comparados exclusivamente con el anterior, pero que aún así pueden ir siendo mejorados para el bien de la política exterior colombiana. La securitización de los asuntos internacionales solo disminuirá con la resolución misma de los problemas relacionados con el conflicto y los índices de seguridad.

La fortísima relación con los Estados Unidos sólo desaparecerá, igualmente, cuando las prioridades dadas por las realidades así lo permitan y deben tenerse en cuenta los posibles réditos para el país de una profundización de las relaciones entre los dos países por medio de una posible colaboración colombiana en Afganistán, que podría traer mejoras en la posición militar y económica del país – membresía asociada OTAN, estatus nación aliada No OTAN de EUA, Temporal Protection Status y TLC.

En el debate político actual, no hay ningún candidato con serias posibilidades de llegar a la presidencia que afirme un cambio de 180 grados en cualquiera de los aspectos anteriores, cosa que es totalmente comprensible desde la perspectiva del pragmatismo electoral y también del realismo de la situación actual del país.

Se cierra el paréntesis.

Para concluir, así como ya se indicó que son las elecciones las encargadas de escoger las prioridades de la agenda nacional a través de la escogencia de vencedores, es también necesario señalar que dichos vencedores deben estar preparados para interpretar y entender los deseos de las masas, pero también para identificar los verdaderos y no pocas veces soterrados intereses nacionales de los pueblos que desean liderar.

Dicho esto, es fundamental que aquellos que son ungidos como los guías de las sociedades, deben buscar a como de lugar, crearse el mayor número de opciones posibles dentro de los limitantes que la Historia, la Geografía y las ideas les impongan. Es de esta forma que, en materia puntual de política exterior, debemos esperar y exigir que los dirigentes en un momento dado, a pesar de lo dificultoso que pueda ser, cumplan con sus promesas planteadas durante las campañas políticas y también vayan más allá de ellas cuando sea necesario para poder satisfacer el interés nacional.

Sólo así, podrá un país como Colombia, encontrarse preparado de la mejor forma posible, para un evento como lo sería el señalado en el paréntesis de arriba de la mediambientalización de la agenda internacional. No se trata de construir superestructuras futuristas que no vayan a ser utilizadas hasta dentro de 20 o 200 años o tal vez nunca. Se trata de aprovechar desde ya las ventajas que tenemos y crear marcos institucionales que estimulen y promueven industria, comercio, turismo y conocimiento, que nos lleven a estar preparados para los retos de hoy y del futuro. En eso consiste crear opciones.