miércoles, 2 de junio de 2010

La mayoría silenciosa

En las elecciones de 1972 en los Estados Unidos, los candidatos que se enfrentaron fueron Richard Nixon, presidente republicano en ejercicio y George McGovern, senador demócrata. El segundo era el candidato de los movimientos liberales progresistas. Abogaba por la salida inmediata de los Estados Unidos de sus compromisos internacionales adquiridos como potencia, especialmente Vietnam. Buscaba la consolidación de un Gran Gobierno al estilo europeo que satisficiera al máximo las necesidades sociales de los estadounidenses más desafortunados vía, especialmente, impuestos y otras cargas a los más pudientes. También, buscaba erradicar la corrupción y las malas prácticas políticas que se habían enquistado en Washington, supuestamente, desde la llegada de Nixon a la Casa Blanca, cuatro años atrás.

El resultado fue abrumador. Nixon obtuvo más del 60% del voto popular y en el Colegio Electoral, el resultado importante, ganó en 49 de cincuenta estados. Le faltó Massachussets y el Distrito de Columbia. Una barrida total. Los medios de comunicación, editoriales y cubrimiento noticioso, habían sido derrotados en las urnas por la “infame” mayoría silenciosa. Una mayoría silenciosa que, según los vencidos, no le importaba la decadencia moral que estaba sufriendo su país. Que no se preocupaba ni por los vietnamitas ni tampoco por sus pobres conciudadanos que vivían en condiciones precarias. Eran unos insensibles, irresponsables y desalmados.

La realidad era otra. Esa mayoría silenciosa, que no marchaba, que no se revelaba, que no tenía tiempo para manifestarse en las calles, no hacía eso porque fuera esas cosas de las que era acusada. No protestaba porque estaba preocupada en dedicar su tiempo en horas de trabajo para poder pagar hipotecas, seguros, la universidad de los hijos y de pronto divertirse en medio de tantas responsabilidades. Esa mayoría silenciosa no era desalmada. Era simplemente sensata y madura.

En Colombia, el pasado domingo 30 de mayo de 2010, casi la mitad de los que salieron a ejercer su derecho al voto, salieron a hacerlo por Juan Manuel Santos. El candidato odiado y acusado por la mayoría de los columnistas. El candidato señalado como violador de Derechos Humanos, de ser un hipócrita sin principios. De defender la permanencia de las malas costumbres políticas. Para los derrotados, la explicación de ese comportamiento electoral es que la mitad de los que salieron a votar son unos desalmados, irresponsables e insensatos. Incluso no falta quien hable, sin sonrojarse, de fraudes y robos electorales generalizados. Rugen: ¿cómo es posible que si en las redes sociales y en el mundo virtual la ola verde era mayoritaria y que las manifestaciones de jóvenes y no tan jóvenes en las calles eran favorables al candidato verde, esto no se haya manifestado en un resultado más holgado?

Como en 1972 en Estados Unidos, en Colombia en 2010, y valga decir en 2006 también, la mayoría silenciosa ha hablado. La sensatez y el trabajo duro se imponen a proyectos idealistas, irresponsables, irrealizables, llenos de lugares comunes e inmaduros. Muchas personas los apoyan sin duda. Hace cuatro años los mismos que hoy votaron por Mockus votaron por Carlos Gaviria.

Pero hace cuatro años, como hoy en 2010, votó también la mayoría silenciosa de manera abrumadora por un proyecto que no es perfecto, ninguno lo es, pero si es aterrizado. Los destinos de una nación, incluso Colombia, muy a pesar de muchos, no están para que sean objeto de experimentos caprichosos en donde priman dogmas defendidos por unas minorías que se niegan a aceptar las exasperantes complejidades del arte de gobernar. Esos idealismos han terminado en gravísimos costos para las sociedades que los han abrazado. En Colombia, la mayoría silenciosa, nos resguarda sabiamente lejos de esos peligrosos excesos.