Ese
es uno de los sonsonetes más populares y escuchados en Colombia y podía decirse
que en cualquier país del mundo. Por su puesto, nos interesa el lindo país
bañado por dos océanos y con tres cordilleras y es sobre él que vamos a hablar.
Paro
de ASONAL judicial, es decir, los trabajadores del sector justicia, desde
mensajeros de despacho hasta jueces de circuito, pasando por secretarias e
investigadores criminales; denuncias de carruseles de pensiones desaforados en
los que están montados magistrados de las más altas cortes del país; más
denuncias, también dirigidas a altos magistrados por guiar sus decisiones basándose
en intereses políticos o de cualquier otro carácter, menos legal (casos de la
salida del magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia, CSJ, Iván
Velásquez, investigador líder de la parapolítica y escogencia del procurador
Alejandro Ordóñez para terna por parte de la misma CSJ para el mismo cargo de
procurador general); sensación (y realidad) de desorden rampante en todo el
sistema en general; Fiscalía General imputando cargos sin pruebas sólidas que
rayan en el ridículo (caso Sigifredo López); y más, mucho, muchísimo más.
¿Por
qué tanto despelote? A mí me gusta oír la explicación de la calle de que esto
pasa por nuestra colombianidad. Digo,
me gusta, porque así el problema estaría resuelto. “Somos un país de cafres,
entonces aceptémoslo, ¡y listo!” Así siempre estaremos condenados a este
fracaso/desorden sin importar qué hagamos o dejemos de hacer.
Ese
determinismo, desafortunadamente, no es válido ni cierto. Las instituciones, es
decir las reglas, que el hombre construye están fuertemente moldeadas por la
geografía y por la historia, que a su vez es esculpida por la primera, y las
dos terminan forjando el carácter de las personas que habitan en un área
determinada. No obstante, los determinismos geográficos o históricos (“país de
cafres”), así como los raciales (“país de cafres”), están mandados a recoger y
la experiencia histórica así nos lo demuestra.
Por
supuesto, cambiar estas instituciones, formales e informales, representan un
esfuerzo abismal y que nunca va a llegar a ser recompensado con la aparición de
un statu quo ni cercano a la
perfección.
Veamos
el caso que nos interesa en el día de hoy. Durante el gobierno de Uribe, se adoptó
como defensa política, acusar y caricaturizar a la Corte Suprema de Justicia
como el “partido de oposición al gobierno”. Este calificativo, el de partido
político, daba a entender que los jueces de esa corte estaban fallando guiados
no por preceptos jurídicos sino por políticos. La verdad sea dicha, esta descripción
de los togados y esa corte en particular es muy cercana a la realidad. Pero lo
que debe resaltarse es que dicho comportamiento no fue exclusivo de esa CSJ en
particular. El sistema judicial colombiano está creado para que los jueces,
especialmente aquellos que logran llegar a las máximas magistraturas, se
conviertan en figuras políticas. No solo ideológicamente, sino electoralmente.
Así tenemos al magistrado Ibañez, uno de los adalides de la parapolítica, como
candidato al congreso en 2006, fracasando, para luego ingresar a la Suprema. Y
esta no es la excepción. De la Constitucional, la que podría considerarse la
corte de cierre, aunque esto no está del todo claro, una evidencia más del
pésimo diseño institucional del aparato de justicia, han surgido figuras
políticas que han aspirado a los máximos cargos de elección popular del país.
Carlos Gaviria, José Gregorio Hernández, Jaime Araujo, Alejandro Martínez
Caballero.
Pero
este no es solo un comportamiento en las altas cortes. Los exfiscales Alfonso
Valdivieso y Alfonso Gómez Méndez también han aspirado a la presidencia de la
república después de sus respectivos pasos por el ente acusador colombiano. El
procurador Ordóñez es considerado por algunos como un posible candidato
conservador a la presidencia del país.
Ahora
bien, el que los jueces y los fiscales (investigadores) tengan posiciones
políticas y las quieran imponer en la sociedad de la cual hacen parte es
totalmente comprensible. Incluso deseable. Acá lo problemático es que el diseño
institucional, que es para ángeles y no para ser humanos, sean estos de “Cundinamarca
o Dinamarca”, pretende que quienes llegan a ocupar estos puestos sean ciegos,
como la imagen (hipérbole) de la justicia, pero también sordos y mudos.
El
diseño institucional debe ser realista. Debe atender que los seres humanos
tienen intereses. Debe desconfiar pragmáticamente en la ambición de estos. Yo
no dudo que todos los personajes que he mencionado con nombre propio tengan
buenas intenciones. Pero están guiados por la ambición, algo normal, y
nuevamente, deseable.
Se
pueden hacer cosas relativamente sencillas: 1) que cualquiera de las cuatro, ¡cuatro!,
máximas cortes de justicia con que contamos hoy, así como cargos como
Contraloría, Fiscalía y Procuraduría, sean los últimos cargos que puedan
ejercer quienes los ocupan, o que por lo menos deriven en una inhabilidad de un
lustro o una década. Esto llevaría a que el llegar a estos puestos, aquellos
que los ocupan se vean guiados, estimulados, más por intereses de largo alcance
y no por naturales, entendibles y previsibles ambiciones políticas y
electorales.
Y
2), de manera más profunda, eliminar cargos y sus organizaciones burocráticas que
hoy son inoperantes o peor, se han vuelto instancias redundantes, que duplican,
triplican o eneplican funciones y
gastos y por lo tanto son estímulos para la ineficiencia y la corrupción. Las
primeritas serían la Procuraduría, pero no por Ordóñez, sino por la existencia desde
la Constitución de 1991 de la Defensoría del Pueblo y de la Fiscalía General,
el Consejo de Estado y la misma Fiscalía. Las funciones de estas dos últimas
deberían pasar en manos del ministro de justicia, que debe ser el administrador
de los recursos sectoriales y el investigador número uno en el país. O si se deja
a la Fiscalía, eliminar (de nuevo) al ministerio, o cambiarle el nombre por el
muy glamoroso Ministerio de Penitenciarías.
Me
alargué, pero este es un diagnóstico, créanlo, brevísimo y debatible. Y las
soluciones también son poquitas, las expuestas hoy. Podría terminar diciendo
que en el país es necesario que nos embarquemos en una especia de “Plan
Colombia” para la justicia, pero a diferencia del que existió con el sector
defensa y seguridad, este debe ser financiado en su vasta mayoría por los
colombianos. Pero estos recursos no solo irían a sueldos, como pretende ASONAL,
sino a capacitación, modernización, equipos e infraestructuras físicas e
intelectuales.
¿Alguien
interesado? ¿O solo nos gusta el estribillo?
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