Por: Alejandro Ramírez Restrepo
En la entrada anterior trataba de señalar porqué el liderazgo resulta tan complicado de volcar a grandes proyectos y obras en nuestro país, a propósito de la propuesta del corredor verde por
Quisiera comenzar aclarando que, como rápidamente lo señalé en el escrito anterior, la visión que poseo sobre la política y el acontecer nacional no es apocalíptica, como sí la tienen muchas personas dentro de la opinión pública e incluso dentro de los mismos formadores de opinión (es un camino fácil). Al mismo tiempo debo señalar que mi visión se caracteriza por la opacidad y la tragedia. Trato de alejarme lo más posible a las esperanzas y a los sueños, a las grandes posibilidades y transformaciones, y más bien uso un enfoque conservador, o si se quiere negativo.
La experiencia, no tanto la propia sino la que he encontrado a través del estudio y el repaso del pasado, sea aquí en Colombia o en cualquier otro lugar del planeta, me indica que de las propuestas que buscan grandes cambios, que apuestan por la benevolencia del ser humano, y que incluso pueden ser bien intencionadas y justas, provocan más dolores de cabeza y frustraciones que cualquier otra propuesta más conservadora, limitada y menos soñadora.
Los líderes están para inspirar, por supuesto. Pero también están para ser responsables y para asignar, incluso, castigos “injustos”, es decir, seleccionar con sus políticas y sus decisiones quiénes van a ser ganadores y quiénes perdedores. En todos los sistemas políticos que han existido sobre la faz de la tierra, incluyendo el socialismo y la democracia capitalista, no todos los miembros de los grupos sociales logran obtener las mismas ganancias. De hecho, siempre hay grupos significativos de individuos que reciben pérdidas. Es una realidad irrebatible evidenciada a lo largo del tiempo.
Los líderes, podría argüirse, están precisamente para cambiar ese estado de cosas, injusto, por no decir corrupto y mundano. Pero el líder responsable, que seguramente será aquel que se encuentre más propenso a ser virtuoso y por lo tanto aprobado por
Inicialmente podría entenderse esta argumentación como una contradicción al discurso de la entrada anterior porque pareciera que se está apoyando a quienes impulsan, por ejemplo, obras de infraestructura acorde a nuestros presupuestos y arreglos institucionales y no aquellas que desafían hasta la imaginación (colombiana) más ansiosa. Pero no es así. La discusión no está orientada hacia allá.
Para los líderes resulta conveniente asumir sus roles comprendiendo las severas, diversas y realísimas limitaciones con que vienen sus influyentes cargos. Si no lo hacen, es una apuesta segura para el fracaso. Pero aceptar e identificar a las limitaciones, no se traduce en la imposibilidad de modificarlas, reducirlas o incluso desaparecerlas. De hecho, dicha aceptación e identificación, son las herramientas primordiales que permiten realizar cambios prácticos y ciertos.
Es bajo el anterior razonamiento que se señalaba en La séptima y el liderazgo, que este último, gracias a nuestras reglas de juego, formales e informales, e incluso, legales e ilegales, se encuentra peligrosamente difuminado entre numerosos jugadores llevándolo a un limbo en el cual resulta casi imposible que descolle una efectiva figura imbuida de liderazgo. La tarea, entonces, debería enfocarse, por lo menos en una buena parte, a llevar a cabo las transformaciones puntuales que son necesarias para que los ejecutivos en el poder público, puedan, valga la redundancia, ser ejecutivos (líderes).
Adelantar esa tarea transformacional sería una empresa que requeriría un magno costo político. Críticas calificadas cuestionarían el espíritu democrático y señalarían su carácter retrógrado. Otros, más terrenales y concretos, argumentarían cualquier cosa agradable a la tribuna, ya que su preocupación no iría más allá del temor a perder poder burocrático y presupuestal. El ejercicio transformacional pasaría de ser una bandera ondeante en lo alto a un trapo sucio y grasiento dejado en el piso.
Es allí donde está el detalle de la discusión. Es la democracia.
Los sistemas políticos en los que no hay mucho espacio para la discusión y el disenso, se puede encontrar un liderazgo abrumador que puede acometer con gran efectividad, no necesariamente eficiencia, grandes logros. Y sí, por supuesto, también grandes catástrofes.
Es por eso que, cuando nos tropezamos con proyectos vacíos de pasión y ambición, como el del corredor verde por
Esta puede ser una observación de Perogrullo, pero no por ello resulta evidente para la opinión pública (votantes y no votantes), para los formadores de opinión (analistas) y para los propios líderes del sistema.
Si usted tiene lo anterior en cuenta, podrá concluir que votar es importante y puede significar o no la diferencia, pero también podrá concluir que no es la panacea y no porque los candidatos y los funcionarios sean corruptos, sino porque el sistema no les permite hacer mucho. Cambiar el sistema, modificarlo sustancialmente, es una tarea enorme, llena de obstáculos inmensos y también riesgos espeluznantes. O a usted ¿no le importaría vivir en un sistema en el cual sus libertades sean recortadas o eliminadas? Una transformación bien intencionada puede terminar en una pesadilla implacable.
Como lo advertía desde las primeras líneas, antes que proveer soluciones, se deseaba hacer una reflexión. Algunas propuestas (cambios incrementales) vendrán luego.
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