martes, 23 de agosto de 2011

La paradoja Obama (52)


Por: Alejandro Ramírez Restrepo

La política sí que sabe ser paradójica e irónica. En noviembre de 2008 el mundo asistió complacido y aliviado a la elección del demócrata Barack Obama como cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos. Después de la debacle de Bush 43, se recibía con gran esperanza a un nuevo líder que arribaba al poder con lemas como “Yes, We Can”, “Hope” y “Audacity of Hope”. Treinta y cuatro meses después, aunque nadie añora a Bush, una buena parte del electorado americano encuentra frustrante la era del joven afro americano organizador comunitario y alrededor del mundo ya no causa el mismo entusiasmo su figura, por lo menos no en las dimensiones de 2008 cuando podía llenar un foro completo en Berlín o, prácticamente, en cualquier parte del planeta. Hoy es un presidente impopular.

Pero ¿dónde reside la ironía en la historia del presidente Obama? En su campaña, el senador junior de Illinois, prometió acabar, o por lo menos reducir a su mínima expresión, la polarización política existente en ese momento en el país. Prometió también, y prácticamente esto fue lo que lo llevó al poder, llevar a cabo la reconstrucción, no de algún país perdido en el medio oriente, sino del suyo propio, los Estados Unidos, a través de la creación de millones de empleos, de un sistema universal de salud, hoy denominado Obamacare y enfrentar los abusos provenientes de los especuladores financieros responsables de la crisis de septiembre de 2008, así como domar los fastuosos déficits presupuestales en que la administración Bush sumergió al país.

En el frente externo, al mundo se le prometió un presidente multilateralista, respetuoso del derecho internacional y los derechos humanos (por ejemplo, vía cierre de la cárcel en Guantánamo), practicante asiduo del soft power y, lo más importante, retiraría las tropas americanas de Irak (la guerra estúpida) y con mayor paciencia de Afganistán (la guerra necesaria).

Es decir, el mundo esperanzado, el que pensaba con el deseo, esperaba un presidente activo y ambicioso en su agenda doméstica y más bien a un presidente con una política exterior “humilde” (por utilizar, con algo de sarna, un término utilizado por el propio George W. Bush, por allá en 2000 cuando también él era candidato y vendía ilusiones). Dicha humildad, debe apuntarse, yacía en buena parte a la inexperiencia del senador en los temas foráneos.

Hoy tenemos a un Barack Obama que para muchos ha fracasado por completo pero a juicio de esta tribuna no es así. No completamente. Lo que tenemos es un escenario paradójico; irónico.

El ambiente político está en uno de sus niveles más caldeados, por lo menos en varias décadas; el desempleo pasa del 9%, número altísimo para los estándares americanos; la gasolina está por las nubes; el obamacare se ha convertido en caballito de batalla de todos los republicanos y puede llegar a ser declarado inconstitucional por la Corte Suprema (ya han hecho lo propio varias cortes estatales); los déficits crónicos se mantienen y debido al bloqueo político existente en Washington parece que el asunto no se vaya a solucionar (así lo consideró S&P).

En política exterior se destaca la imposibilidad/incapacidad de cerrar Guantánamo; la profundización del envolvimiento americano en Afganistán y Pakistán; la existencia de un ambiente internacional en el que la hegemonía estadounidense es más algo del pasado que del futuro al verse seriamente amenazada por China, Rusia y otras potencias emergentes como la India y Brasil.

Y aún así, desde la perspectiva de la virtud histórica, encontramos que el primer (¿único?) término de Obama realmente puede destacarse en el área internacional, a pesar de todo. Sin dejar a un lado en sus discursos el excepcionalismo americano, se encuentra que su enfoque, el cual no está absento de errores, resulta ser pragmático y enfocado en los intereses reales de la nación norteamericana. Así las cosas, a pesar del gran lío fiscal y económico al interior de la nación, los Estados Unidos han logrado dar de baja a Osama Bin Laden; mantener a raya a China al concretar alianzas no despreciables en toda la cuenca del Pacífico y el Índico; participar limitadamente, pero parece ser contundentemente, en una intervención en el norte de África. Y ha buscado, sin obtener todos los resultados planteados, una política multilateral realista (compartiendo además de valores y metas, costos) con sus socios europeos.

Es decir, nos encontramos con un Obama acertado (rescatable) en política exterior y muy limitado (fracasado) en política doméstica. Se suponía que nos encontraríamos con un líder exitoso en materia interior y alguien más bien restringido allende las fronteras.

¡Vaya paradoja!

Este escenario nos puede ayudar a concluir dos ideas: 1) las elecciones libres, antes que ser una competencia seria y rigurosa, más parecen, sobre todo al ojo de la Historia, un reality show de muy baja calidad. Lo candidatos, debido a la rapidez de los medios de comunicación, especialmente la televisión y cualquier otro medio visual, deben emitir declaraciones cortas y llamativas que en el mayor de los casos no cuentan con profundidad y no resistirían un análisis serio. Y además deben tocar los corazones del electorado. Las mentes, poco o nada importan.

2) “El presidente de los Estados Unidos, el hombre más poderoso sobre la faz de la tierra”, es una de esas generalizaciones equivocadas de cabo a rabo. El mandatario americano, como cualquier otro mortal, es un esclavo de acontecimientos y tendencias poderosísimas que, por mucho, tan sólo puede ligeramente tocar; no influenciar, no modificar. Sólo tocar. Esto es algo que la gran parte del electorado ignora y es por ello que terminan decidiendo con el corazón (el deseo) y no la mente.

Para terminar y quizás dejarlo como el punto de inicio para otra entrada, quisiera indicar que el acontecimiento/tendencia poderosa que marca a la presidencia de Obama es la recesión económica de 2008. John McCain estaría en las mismas.

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