Se
anunció que el gobierno y Farc llegaron a un acuerdo en el primer punto de la
agenda que los tiene sentados en La Habana desde hace poco más de medio año. La
cosa no quedó clara porque lo que se le presentó a la opinión pública fue un
comunicado, no el acuerdo, y porque al final salieron diciendo, especialmente
los negociadores de las Farc, que existían algunos temas que podrían retomarse
más adelante, por lo que muchos, atinadamente quizás, preguntaron entonces que “¿de
qué acuerdo se estaba hablando, si no hay acuerdo todavía?”
Esa
presunción de no estar acordado el primer punto y el hecho, para muchos
preocupante en demasía, de que no se conoce el texto exacto de lo pactado, es
decir, el secretismo que ha rondado el proceso, se han convertido en dos de las
grandes críticas de los contrarios a estas negociaciones. Hay un tercer punto y
es el de la obviedad del acuerdo. Se preguntan ciertos observadores del
acontecer nacional, que para qué era necesario discutir durante seis meses con
unos delincuentes profesionales como los de las Farc para concluir que hay que
restituir la propiedad de numerosos predios, construir infraestructura que
permitan al sector agropecuario integrarse a los mercados y ser productivos,
mejorar los estándares de calidad de vida de quienes allí habitan y facilitar
ayudas y subsidios de diverso tipo con el objetivo de dar un impulso completo a
ese universo que comprende el campo colombiano. ¡Es obvio!
Y
ese es el logro del gobierno, no de las Farc, tanto, sino del gobierno, en este
punto en particular. Hacer que las Farc, esa organización delincuencial
profesional, que cuenta con aspiraciones políticas, quizás no legítimas, pero
las tiene y se ha hecho matar, y ha matado, por ellas, acepten obviedades.
Gracias
al secretismo de las conversaciones el país no ha podido ver cómo se han
desarrollado los debates entre las partes. Pero, con la posibilidad de
equivocarnos, no hay que esperar hasta que en varios meses o años salgan las
memorias y las crónicas de estos conversatorios. Tenemos a la mano, en todos
los formatos, el discurso con que llegaron las Farc a Oslo por allá en
noviembre del año pasado. La propiedad privada y los mercados era la némesis.
Ese ataque, esa prohibición no se encuentra por ningún lado en el comunicado,
pero no hay que tener más de dos dedos de frente para dilucidar que Humberto de
la Calle y sus colaboradores, nunca permitieron, ni permitirían, que algo tan
“revolucionario” como la eliminación de la propiedad privada o el rol de los
mercado en el campo colombiano fuese parte de un acuerdo. “¡No pues gracias por
eso!” podrán apuntar de manera escandalizada muchos. Con razón, pero es que ese
es el objetivo de estas negociaciones con estos despreciables delincuentes. Que
se ajusten a las obviedades, imperfectas y mejorables, que la legalidad
colombiana ha establecido.
Así
las cosas, podemos decir que es un logro del gobierno Santos y sus negociadores
en La Habana llegar a acuerdos obvios, vacíos e insípidos. Y los son así para
nosotros, los que estamos en la legalidad, o por lo menos en la civilización.
Pero para los trogloditas de las Farc, llegar a ese estadio de pensamiento y
aceptación, resulta idéntico que, por ejemplo, para Hitler aceptar el derecho a
la igualdad y al trato justo a cualquier minoría o categoría humana diferente a
la que él considerase la suya.
Esperemos,
pues, que todo el acuerdo esté lleno de las más insulsas obviedades.